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sábado, 4 de agosto de 2018

La bruja y la hermana del sol - Aleksandr Nikoalevich Afanasiev

En un país lejano hubo un zar y una zarina que tenían un hijo, llamado Iván, mudo desde su nacimiento.
Un día, cuando ya había cumplido doce años, fue a ver a un palafrenero de su padre, al que tenía mucho cariño porque siempre le contaba cuentos maravillosos.
Esta vez, el zarevich Iván quería oír un cuento; pero lo que oyó fue algo muy diferente de lo que esperaba.
-Iván Zarevich -le dijo el palafrenero-, dentro de poco dará a luz tu madre una niña, y esta hermana tuya será una bruja espantosa que se comerá a tu padre, a tu madre y a todos los servidores de palacio. Si quieres librarte tú de tal desdicha, ve a pedir a tu padre su mejor caballo y márchate de aquí adonde el caballo te lleve.
El zarevich Iván se fue corriendo a su padre y, por la primera vez en su vida, habló. El zar tuvo tal alegría al oírle hablar que, sin preguntarle para qué lo necesitaba, ordenó en seguida que le ensillasen el mejor caballo de sus cuadras.
Iván Zarevich montó a caballo y dejó en libertad al animal de seguir el camino que quisiese. Así cabalgó mucho tiempo hasta que encontró a dos viejas costureras y les pidió albergue; pero las viejas le contestaron:
-Con mucho gusto te daríamos albergue, Iván Zarevich; pero ya nos queda poca vida. Cuando hayamos roto todas las agujas que están en esta cajita y hayamos gastado el hilo de este ovillo, llegará nuestra muerte.
El zarevich Iván rompió a llorar y se fue más allá. Caminó mucho tiempo, y encontrando a Vertodub le pidió:
-Guárdame contigo.
-Con mucho gusto lo haría, Iván Zarevich; pero no me queda mucho que vivir. Cuando acabe de arrancar de la tierra estos robles con sus raíces, en seguida vendrá mi muerte.
El zarevich Iván lloró aún con más desconsuelo y se fue más allá. Al fin se encontró a Vertogez, y acercándose a él, le pidió albergue; pero Vertogez le repuso:
-Con mucho gusto te hospedaría, pero no viviré mucho tiempo. Me han puesto aquí para voltear esas montañas; cuando acabe con las últimas, llegará la hora de mi muerte.
El zarevich derramó amarguísimas lágrimas y se fue más allá. Después de viajar mucho llegó al fin a casa de la hermana del Sol. Ésta lo acogió con gran cariño, le dio de comer y beber y lo cuidó como a su propio hijo.
El zarevich vivió allí contento de su suerte; pero algunas veces se entristecía por no tener noticias de los suyos. Subía entonces a una altísima montaña, miraba al palacio de sus padres, que se percibía allá lejos, y viendo que nunca salía nadie de sus muros ni se asomaba a las ventanas, suspiraba llorando con desconsuelo.
Una vez que volvía a casa después de contemplar su palacio, la hermana del Sol le preguntó:
-Oye, Iván Zarevich, ¿por qué tienes los ojos como si hubieses llorado?
-Es el viento que me los habrá irritado -contestó Iván.
La siguiente vez ocurrió lo mismo. Entonces la hermana del Sol impidió al viento que soplase.
Por tercera vez volvió Iván con los ojos hinchados, y ya no tuvo más remedio que confesarlo todo a la hermana del Sol, pidiéndole que le dejase ir a visitar su país natal. Ella no quería consentir; pero el zarevich insistió tanto que le dio permiso.
Se despidió de él cariñosamente, dándole para el camino un cepillo, un peine y dos manzanas de juventud; cualquiera que sea la edad de la persona que come una de estas manzanas rejuvenece en seguida.
El zarevich llegó al sitio donde estaba trabajando Vertogez y vio que quedaba sólo una montaña. Sacó entonces el cepillo, lo tiró al suelo y en un instante aparecieron unas montañas altísimas, cuyas cimas llegaban al mismísimo cielo; tantas eran, que se perdían de vista.
Vertogez se alegró, y con gran júbilo se puso a trabajar, volteándolas como si fuesen plumas.
El zarevich Iván siguió su camino, y al fin llegó al sitio donde estaba Vertodub arrancando los robles; sólo le quedaban tres árboles. Entonces el zarevich, sacando el peine, lo tiró en medio de un campo, y en un abrir y cerrar de ojos nacieron unos bosques espesísimos. Vertodub se puso muy contento, dio las gracias al zarevich y empezó a arrancar los robles con todas sus raíces.
El zarevich Iván continuó su camino hasta que llegó a las casas de las viejas costureras. Las saludó y regaló una manzana a cada una; ellas se las comieron, y de repente rejuvenecieron como si nunca hubiesen sido viejas. En agradecimiento le dieron un pañuelo que al sacudirlo formaba un profundo lago.
Al fin llegó el zarevich al palacio de sus padres. La hermana salió a su encuentro; lo acogió cariñosamente y le dijo:
-Siéntate, hermanito, a tocar un poquito el arpa mientras que yo te preparo la comida.
El zarevich se sentó en un sillón y se puso a tocar el arpa. Cuando estaba tocando, salió de su cueva un ratoncito y le dijo con voz humana:
-¡Sálvate, zarevich! ¡Huye a todo correr! Tu hermana está afilándose los dientes para comerte.
El zarevich Iván salió del palacio, montó a caballo y huyó a todo galope.
Entretanto, el ratoncito se puso a correr por las cuerdas del arpa, y la hermana, oyendo sonar el instrumento, no se imaginaba que su hermano se había escapado. Afiló bien sus dientes, entró en la habitación y su desengaño fue grande al ver que estaba vacía; sólo había un ratoncito, que salió corriendo y se metió en su cueva.
La bruja se enfureció, rechinando los dientes con rabia, y echó a correr en persecución de su hermano. Iván oyó el ruido, volvió la cabeza hacia atrás, y viendo que su hermana casi lo alcanzaba sacudió el pañuelo y al instante se formó un lago profundo.
Mientras que la bruja pasaba a nado a la orilla opuesta, el zarevich Iván se alejó bastante. Ella echó a correr aún con más rapidez. ¡Ya se acercaba!
Entonces Vertodub, comprendiendo al ver pasar corriendo al zarevich que iba huyendo de su hermana, empezó a arrancar robles y a amontonarlos en el camino; hizo con ellos una montaña que no dejaba paso a la bruja. Pero ésta se puso a abrirse camino royendo los árboles, y al fin, aunque con gran dificultad, logró abrir un camino y pasar; pero el zarevich estaba ya lejos.
Corrió persiguiéndole con saña, y pronto se acercó a él; unos cuantos pasos más, y hubiera caído en sus garras.
Al ver esto, Vertogez se agarró a la más alta montaña y la volteó de tal modo que vino a caer en medio del camino entre ambos, y sobre ella colocó otra. Mientras la bruja escalaba las montañas el zarevich Iván siguió corriendo y pronto se vio lejos de allí. Pero la bruja atravesó las montañas y continuó la persecución.
Cuando lo tuvo al alcance de su voz le gritó con alegría diabólica:
-¡Ahora sí que ya no te escaparás!
Estaba ya muy cerca, muy cerca. Unos pasos más, y lo hubiera cogido. Pero en aquel momento el zarevich llegó al palacio de la hermana del Sol y empezó a gritar:
-¡Sol radiante, ábreme la ventanita!
La hermana del Sol le abrió la ventana e Iván saltó con su caballo al interior.
La bruja pidió que le entregasen a su hermano.
-Que venga conmigo a pesarse en el peso -dijo-. Si peso más que él, me lo comeré, y si pesa él más, que me mate.
El zarevich consintió y ambos se dirigieron hacia el peso. Iván se sentó el primero en uno de los platillos, y apenas puso la bruja el pie en el otro el zarevich dio un salto hacia arriba con tanta fuerza que llegó al mismísimo cielo y se encontró en otro palacio de la hermana del Sol.
Se quedó allí para siempre, y la bruja, no pudiendo cogerlo, se volvió atrás.
FIN

La bruja Baba Yaga - Aleksandr Nikoalevich Afanasiev

Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.
Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:
-Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosas una camisa.
La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.
-Buenos días, tiíta.
-Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?
-Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.
-Acuérdate bien -le dijo entonces la tía- de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.
La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.
Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba-Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.
-Buenos días, tía.
-¿A qué vienes, sobrina?
-Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.
-Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.
Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:
-Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.
La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:
-No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.
Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.
Baba-Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:
-¿Estás tejiendo, sobrinita?
-Sí, tiíta, estoy trabajando.
La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:
-Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba-Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.
La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.
El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:
-¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?
-Sí, tía, estoy tejiendo -respondió con voz ronca el gato.
Baba-Yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:
-¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!
-Llevo mucho tiempo a tu servicio -dijo el gato- y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.
Baba-Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegar a todos.
Los perros le dijeron:
-Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.
La cancela dijo:
-Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.
El álamo dijo:
-Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.
La criada exclamó:
-Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.
Baba-Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.
Baba-Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.
Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba-Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.
La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.
Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.
-¿Dónde está mi hijita querida?
-Ha ido a ver a su tía -contestó la madrastra.
Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.
-¿Dónde has estado? -le preguntó el padre.
-¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba-Yaga, que quiso comerme.
-¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?
Entonces la niña le contó todo lo sucedido.
Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.
Los dos vivieron en paz muchos años felices.

La araña Mizguir - Aleksandr Nikoalevich Afanasiev

En tiempos remotos hubo un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.
Un día una mosca que iba volando fue cogida en las redes de Mizguir. Éste se precipitó sobre ella y empezó a ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir:
-¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer, molestarán a la gente y a los perros!
Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros:
-¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escóndanse bien bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y a todos matará!
Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas. Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y les dijo:
-Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Vayan anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor; que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el patíbulo y luego fue despedazado.
El Grillo tocó la corneta, la Cigarra batió el tambor y el Escarabajo se dirigió bajo el tronco del chopo y anunció a todos:
-¿Por qué permanecen ahí como muertos? Ya no vive el valiente Mizguir; le pusieron cadenas, lo mandaron a Kazán, le cortaron la cabeza en el patíbulo y luego fue despedazado.
Se alegraron mucho las moscas y los mosquitos, salieron de su refugio y echaron a volar con tal aturdimiento que no tardaron en caer en las redes del valiente Mizguir. Éste empezó a matarlos, diciendo:
-Tienen que ser más amables y visitarme con más frecuencia, para convidarme más a menudo, ¡porque son demasiado pequeños!